El 94 a la cabeza
Al Cara ‘e
Pizza ya le habían avisado. Pero él era un sobreviviente analógico en un mundo
cada vez más digital. Desde chico aprendió el oficio y es la única manera que
sabe de ganarse la vida. A los quince empezó ayudando al Pajarito, su maestro,
en esto de levantar quiniela clandestina. Cuando el viejo cayó en cana, el Cara
heredó toda la clientela y con diecisiete recién cumplidos, se transformó en un
empresario del juego.
Tuvo épocas
buenas y épocas mejores. Mientras corriera la tarasca, nadie lo molestaría.
Hasta los del comando radioeléctrico estacionaban el R12 flamante frente al bar
de Pedro Zanni y La Rioja, la «oficina» del Cara, a jugarse unos australes,
justo frente al cementerio que mudo, lo vio crecer en edad y en patrimonio.
Pero el Cara era vivo, nunca mostraba nada: siempre el mismo bar, la misma mesa
y hasta la misma pilcha. Lo único que había cambiado con los años era la
chocolatada con alfajor de maicena; por café con leche y carlitos.
La vida le
sonreía al Cara, pero le faltaba algo. Le gustaba la hija del dueño de la
marmolería. Tenía dos grandes motivos para enamorarse de la flaca Emilse: era
hincha de Belgrano y era colorada. Como plata no le faltaba, la quiso
impresionar. La invitó a comer unos lomitos y le declaró su amor una noche muy
calurosa de enero. Terminaron la velada en el autocine, en el asiento de atrás
de la renola. Nueve meses después nació el Luquitas. Fue bautizado como «Porción»,
el hijo del Cara ‘e pizza por sus amigos, apodo que lo acompaña hasta hoy.
Nunca se casaron en los papeles con la flaca, pero el amor les duró toda la
vida.
Ya adentrada
la década de los noventa, con el advenimiento de nuevas tecnologías, se le fue
complicando el negocio al Cara. La amenaza digital lo empezaba a rodear. Él
siempre decía: «La gente va seguir apostando conmigo». Por ahí tenía razón,
pero lo que no sabía el Cara era que también el negocio cambiaría: el Gobierno
privatizaba el rubro de la quiniela, y una empresa multinacional se haría cargo
del levantamiento de apuestas oficial. La tecnología comenzaba a reemplazar al
quinielero. Claro que una de las exigencias de los gringos era que se
combatieran las apuestas clandestinas.
También por
esa época la fisonomía, necesidades; y establishment
empresarial del barrio también fue cambiando. A los habituales almacén, bar o
verdulería; se les fueron sumando los locutorios, los cyber, el parripollo con
delivery, y las cocinas de falopa. Los señores de la «fafafa» fueron monopolizando el mercado y el interés de la policía
por los sobres. Así que para operar en cualquier rubro clandestino había que
pagarles peaje a ellos. Era la mano invisible del mercado.
El drama no
era tanto ese, el mandamás de la zona no era otro que el flaco Lampazo de
panadería, un mediocre e inútil. Además, supo ser rival del Cara por el corazón
de la flaca, y esas cosas no se olvidan por más años que pasen. Justamente,
para recordarle sus obligaciones al Cara, eligió ir personalmente y no mandar
algún peón como hacia habitualmente.
—Cara ‘e
pizza, el más culiau —fue su saludo cariñoso.
—Flaco, tanto
tiempo, ¿Qué contás?
—Acá andamo’
carita, paso nada más para que no te vayai
a olvidar de la cuotita. Adema’ hacele esta jugada a mi vieja —le tiró un papel
escrito que sacó del bolsillo.
—El 48 a
primera y a los diez redoblona, tu vieja es una de las mejores clientas. ¿Cuánto
le pones?
—Ponele
cincuenta mangos.
—Hecho
—Y escuchame
bien, no te hagai el gil: a cambia’o
la cosa papá. Ahora mandamo´ nosotro’. Y si no te gusta te jodé.
Ya estaba
avisado. Pero era cabezón y, además, ¿qué otra cosa iba a hacer?, ¿buscar
trabajo en un shopping? No, él tenía
un don con los números, y eso le salía bien, se había ganado la vida siempre
con las apuestas y pensaba seguir haciéndolo. Un tiempo más lo pudo seguir
haciendo, pero el ahora comisario Sánchez, viejo amigo y abonado del Cara, le
dio el ultimátum final.
—Vas a tener
que cambiar de rubro, Cara. No sé, ponete un locutorio, la cosa está jodida,
los gringos presionan al «gober» y, viste, todos los días hay allanamientos y
detenciones. Esto te lo digo como amigo, es cuestión de tiempo para que te
agarren. Pensá en la flaca, en el Luquitas. Haceme caso: vas a terminar como el
Pajarito.
—Anoche soñé
con él —dijo el Cara lleno de nostalgia— y, me olvidé de jugarlo, ¿podés creer?
Te agradezco, Osvaldo, sos buen tipo, pero la gente va a seguir apostando
conmigo, eso te lo aseguro.
Esa noche
soñó con el cementerio aquel mudo y complaciente compañero de tantos años. Su
alto paredón de ladrillo visto, era el telón de fondo de todas sus jornadas en
el bar de Pedro Zanni y La Rioja. Solía caminar a veces por esa vereda
dejándose acompañar por el interminable muro, de esquina a esquina. Ambos
sabían guardar secretos; algún chape a escondidas, algún pibe aspirando fana,
algún linyera medio puesto, alguna vecina que, al verlo pasar, se cruzaba a
darle un papelito con la jugada que sacaba del delantal o del corpiño a
escondidas del marido.
Al día
siguiente se despertó temprano, y una inexplicable angustia le heló el corazón.
No sabía por qué, pero tenía un número fijo en la mente, el 94, se prometió
jugarlo más tarde. Después de dejarlo al Porción en el colegio, caminó hacia el
bar como todas las mañanas. Iba pensando en el café con leche que tenía muchas
ganas de tomarse: a lo mejor por eso no vio venir el auto que lo alcanzó a
escasos metros de su destino. Veintiocho tiros conto la cana, todos desde
adentro del auto. Algunos vecinos se animaron a identificar al Flaco Lampazo;
porque el Cara era un malandra, pero era un tipo muy querido. Esa noche salió a
primera el 94, el cementerio. Unos cuantos vecinos que agarraron buena plata;
le asignaron propiedades milagrosas al finado.
Dicen que
el Luquitas, Porción, con el tiempo siguió el oficio del padre. En el barrio Alberdi,
no hay charla de café que no incluya alguna anécdota del Cara. Hoy, el mismo
muro que lo vio crecer, lo mira dormir del lado de adentro; donde está su
nicho: lugar donde la gente le sigue depositando sus sueños y anhelos en forma
de papelitos con jugadas hechos un rollito.
Este cuento es fabuloso!!! Me encanto6
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