Aquel inolvidable clásico
No era un partido más. Era un duelo a muerte; el honor, la coca, y posiblemente el amor de mi vida estaban en juego. No era solo un partido más, era una de esas pruebas que sabes que no podés evitar, de esas que no te dejan dormir, que te hacen un nudo en las tripas. Quinto de la tarde, mi grado, contra quinto de la mañana. Ya habían ganado ellos el primero, aunque no sin polémica. En el segundo, nosotros emparejamos números. Así que este era el definitivo. La gloria para uno, la humillación perpetua para el otro. Se jugaba en el patio del colegio. El marco eran las olimpíadas de la Semana del Estudiante. Aunque había otras actividades, todos se entusiasmaban con el clásico. Los más chicos, nos miraban con ojos soñadores y: tal vez con la ilusión de, algún día, ocupar nuestro lugar. Los más grandes lo hacían, con ojos voraces, expectantes ante la promesa de sangre. Las maestras alentaba